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viernes, 27 de abril de 2018

El abrazo

Yo abrazo a Jesús Santrich en su celda, mientras le digo: compadre mío, no creo en la patrañas del fiscal, por tanto clamo por tu vida y libertad, Seuxis Hernández, compañero y camarada



Harold Olave M.

De las andanzas juveniles emerge Seuxis, cuando la obstinación entre su palabra y la misma existencia ya marcaba ese trayecto que le conduciría a la más infiel de las luchas: la guerra. Y no sé por qué, al decir esto, llega a mi mente el estribillo de la canción de Rubén Blades… Maestra vida, camará, te da y te quita, te quita y te da…

Eran días de tropel y de sueños atrapados en la indecencia de una sociedad, que veía caer (y aún ve caer) asesinados a sus mejores hijos a manos de una criminal y corrupta elite que se ha empotrado en el poder en nuestro país. Entonces con vehemencia reclamábamos el derecho a la vida.

De la mano de la poesía íbamos uniendo rebeldías, que fueron creciendo y llenándonos de optimismo y beligerancia. Ganábamos en las calles, colegios y la universidad simpatía de la gente barranquillera. Éramos la Juventud Comunista.

Compartíamos de una manera desprevenida la lucha y la parranda, siempre comprometidos hacíamos nuestras tareas revolucionarias, y entre La Troja, El Chicote y El Patio, entre la bohemia y la parranda completábamos el rito de nuestra existencia.

Cuando todo esto acontecía y nuestro mundo transcurría en medio del sopor caribeño y el descomplique de su gente, en la altiplanicie cundiboyacense, el hoy fiscal de la Nación Humberto Martínez Neira (hijo del humorista Humberto Martínez que representaría en su momento a dos personajes del pueblo raso: Salustiano Tapias y a Taberita en Don Chinche), daba inicio como abogado a sus ejercicios de genuflexión ante el sistema y el imperio.

Su vida de hombre gentil y buen servidor pasó de ser el diligente abogado de la Cámara de Comercio de Bogotá, a funcionario de la Superintendencia de Sociedades y como hacía bien su trabajo lo mandaron a ser parte de la junta directiva del Banco de la República, convirtiéndose en su vertiginosa carrera en ministro de Justicia en el gobierno de Samper, salpicado por el proceso 8000 y del cual como ministro estrella ni se dio por enterado, pese a que se encargó de tipificar para ese entonces el delito del narcotráfico.

Seuxis, proveniente de una familia de artistas natos y profesores, antes de ser fariano, se hizo meritoriamente abogado y licenciado en ciencias sociales, en la Universidad del Atlántico. Su sensibilidad social lo enraizó en su pueblo, y entre cumbiambas y carnavales, aprendió a leer el destino mágico del ser caribeño.

Un día de esos cualquiera, ante amenaza de bandidos oficiales y cárcel, Seuxis decidió cambiar la selva de cemento por la Sierra Nevada, llevando consigo tan solo libros, sus ideales, el nombre de nuestro camarada Jesús Santrich, asesinado por agentes del DAS, y los recuerdos de esos días de juventud.

Muchos años después, desde diferentes orillas añoramos la paz y decidimos navegar hacia ella, hasta encontrarnos de nuevo. Reconozco a Seuxis ahora Santrich, más por su sonrisa en medio de los diálogos de La Habana, ya que sus ojos se apagaron.

Aún fresca la tinta de la firma de la paz en el papel, ya asustaba a las elites corruptas beneficiadas de la guerra, y de manera abierta y a veces velada se propusieron minar su implementación, y aquellos que se levantaron en armas y se acogieron al orden jurídico existente, se volvieron incómodos ante la verdad que el proceso exige.

A la par, y después de tantos ires y venires, el hoy verdugo de Santrich, entre las bambalinas y las mieles del buen servidor, emprendía negocios con el Grupo Aval, salpicado por corrupción como lo denunciara el senador Robledo, y como premio ante tanta eficiencia, Néstor Humberto es hecho fiscal de la Nación.

Ya como fiscal, no lo inmutan los más 260 líderes sociales asesinadas en todo el territorio nacional, más bien recientemente se da a la tarea de detener y señalar a 30 líderes sociales del sur del país, acusándolos de ser del ELN. En continuidad de su legado, pareciera poner toda su experiencia contra el proceso de paz, en show mediático y en espectaculares operativos; lo obsesiona dar golpes de opinión contra posibles testaferros de las FARC, incentivando el odio, despreciando los acuerdos de paz y opacando, eso sí de manera meritoria, todo lo que tenga que ver con investigaciones contra la corrupción, el paramilitarismo y las ejecuciones extrajudiciales, tratando siempre de proteger a sus amigos y los intereses de las elites.

A su llegada a la legalidad, Santrich se mostró tal y como es: en política polémico, como artista un poeta, un pintor, un músico, un bohemio. Como ser humano solidario y como caribeño locuaz y parrandero.

Mientras tanto, Néstor Humberto, metódico, sagaz, siempre en asechanza se deslizaba silenciosamente por los vericuetos del poder, con anuencia del imperio, monta la trama y, en una acción sorpresiva, asalta a Santrich en su vivienda, privándolo de su libertad, y al tiempo que lo acusaba de narcotraficante, lo ofrecía en extradición a los EEUU, buscando golpear de esta manera moralmente a la Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común y de paso descuadernar el acuerdo.

Santrich, hombre de fuertes convicciones, identifica en el fiscal la farsa de su actuar y, ante la ignominia del poder corrupto que hoy lo condena, se atrinchera en su soledad, convoca a sus ancestros y, en el silencio de su celda, pinta su destino aferrado a su pueblo.

Encuentro en este episodio de su vida una similitud con la frase de esa canción que desde el principio de esta nota ha sonado en mi cabeza… Maestra vida de justicias e injusticias de bondades y malicias, aún no alcanzo a comprenderte… Me voy persiguiendo al tiempo a ver si encuentro respuestas antes de la hora en que yo muera, aunque me estoy resignando a esta fatal realidad…

Hoy, ante el desasosiego de los tiempos, despreocupadamente podemos compartir o no las apreciaciones políticas de Jesús Santrich, sus críticas al proceso de paz, pero lo que no debe prosperar en nuestro ser revolucionario es la colonización de un pensamiento condenatorio de un militante revolucionario.

Yo abrazo a Jesús Santrich en su celda, mientras le digo: compadre mío, no creo en la patrañas del fiscal, por tanto clamo por tu vida y libertad, Seuxis Hernández, compañero y camarada, por la de todos los prisioneros políticos, por las libertades democráticas en nuestro país, por la defensa de los acuerdos de paz, porque se conozca por fin la verdad de esta guerra fratricida y porque al fin un día digamos que hemos perdido el miedo a ser un pueblo libre.

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