miércoles, 24 de julio de 2013
Mirándose el ombligo
Editorial del Semanario VOZ
“Que otros se feliciten por la guerra. Yo, Juan Manuel Santos, con la esperanza de 47 millones de colombianos en mi corazón, me la juego por la paz”, fue una de las frases más celebradas del discurso del mandatario colombiano al instalar el periodo de sesiones ordinarias del Congreso de la República, que comenzó el pasado 20 de julio. Santos dijo que cree en el proceso de paz y que “el país está ante una oportunidad histórica de terminar el conflicto armado”.
Nunca el presidente Santos había hablado de forma tan contundente para defender el proceso de paz de La Habana con las FARC. Se le reclama con insistencia la indiferencia en sus pronunciamientos sobre el tema de los diálogos de paz, que sin duda son lo esencial del proceso político colombiano en el momento actual. Hay que abonarle las frases, algo retóricas y carentes de sustancia en la concreción de lo que debe hacer y dar el Gobierno Nacional para llegar al punto culminante de la paz estable y duradera.
El proceso va, aunque tal vez a pesar del poco entusiasmo que muestran los miembros del Gobierno que le hacen el feo a los diálogos. Falta mayor compromiso, audacia y decisión en las filas oficiales, para abrirse a los cambios políticos y sociales que allanen el camino hacia el acuerdo final de paz. De eso no habló el presidente en el discurso del 20 de julio. Mucha retórica pero poca alusión a lo esencial: ¿hasta dónde está dispuesto a llegar para que pueda hablarse en concreto de las perspectivas de paz? Porque según lo dicen el presidente, varios de sus ministros y los voceros en La Habana, nada de lo fundamental está en la agenda y no se puede discutir. Contradice los deseos y las frases bonitas de su reciente discurso ante las cámaras.
En materia social y económica, Santos se fue muy lejos, como suelen hacer los gobernantes burgueses en Colombia, para pintar pajaritos de oro. Alicia en el país de las Maravillas. Ese estilo de mirarse el ombligo sin ver a su alrededor, ha sido propio de los gobernantes de turno. Uribe Vélez también lo hacía. Lo hace todavía cuando trata de defender la “obra de la seguridad democrática”, que en contraste con la realidad muestra un país destruido, en manos de la corrupción y de las mafias que saquearon el erario con la anuencia del jefe mayor. “Todo vale”, decía Uribe, cuando justificaba los desafueros porque a su juicio lo fundamental era “la derrota de los terroristas”.
Según el presidente Juan Manuel Santos el país va muy bien a pesar de la crisis mundial. Defendió esperpentos neoliberales como el Acuerdo del Pacífico que es un palo en la rueda de los procesos emancipatorios, soberanos y antineoliberales de América Latina y el Caribe.
Menospreció la justeza de los paros y de las protestas sociales que están en marcha en el país. Profirió la amenaza de que no negociará “bajo presión y bloqueos”. “No voy a tolerar el desorden”, repitió, sin mencionar la crisis social de varios sectores de la economía que tiene que ver con los TLC y el modelo de acumulación capitalista del libre mercado neoliberal que dice no estar dispuesto a discutir sobre en los diálogos con las guerrillas.
Habló de la reunión con el presidente Nicolás Maduro, que se realizó el pasado lunes 22 de julio, pero sin la más mínima autocrítica del error que significó la reunión con Henrique Capriles, cabeza del golpismo en el vecino país y del anuncio de los convenios de cooperación con la OTAN que tanto preocupan a América Latina.
Con toda razón, la representante Ángela María Robledo calificó el discurso de mentiroso porque contrasta con la realidad. El país va de mal en peor sobre todo con la agenda neoliberal que agrava el clima laboral, de la salud pública y del entorno social. Crecen la pobreza y la desigualdad. Eso parece no interesarle al mandatario, mientras aumentan las utilidades de las empresas transnacionales que hacen su agosto con los recursos naturales del país. Crecen también las de los grupos económicos y del sector financiero, que cabalgan felices sobre las medidas plutocráticas del Gobierno.
Lo positivo es que crece la lucha social. La protesta popular se riega como pólvora. Seguramente el 19 de agosto se sentirá el paro agrario, como el de los mineros y los campesinos del Catatumbo. Ninguna medida represiva los ha impedido. Ni la agresividad del ministro de Defensa, Juan Carlos Pinzón, personaje del cinismo, porque sabotea la paz, pero pierde la guerra. No da resultados en ningún campo y sigue ahí como si nada.
Marcha Patriótica adelanta las constituyentes regionales de donde saldrán nuevos compromisos en la defensa de la paz y en la formulación de propuestas para la nueva Colombia.
Semanario Voz
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